sábado, 28 de septiembre de 2013

Tétrico

Lunes. Sentada en una silla giratoria con el ordenador delante y el teléfono al lado; la puerta al frente y ocho despachos a tus espaldas; a la derecha la sala de reuniones. Las ventanas están cerradas. Hay una tormenta de arena y el aire acondicionado está encendido, el aparato apenas suena y tienes que concentrarte para oírlo. Cuando casi lo has conseguido suena el teléfono. Han colgado.
El silencio es sepulcral. Así pues, no tienes más remedio que darle al botón izquierdo del ratón para escuchar a la impresora. Te levantas a por el documento aún caliente, casi tanto como el aire que se respira en la calle.
Un día perfecto para trabajar sin que te molesten. Lástima que no haya nada que traducir. Puedes adelantar un poco la facturación, revisar el acordeón de entrega o hacer el control bancario que ya has hecho el jueves pasado. Demasiado temprano para hacer el arqueo. Demasiado tarde para desayunar. Demasiado tranquilo para no aprovecharlo.
Empiezas a leer una comedia para contrastar un poco el ambiente frío y triste de la oficina desierta. Trata de una mujer que se separa de su marido y se aburre porque no tiene con quién discutir. Es graciosa. Pero tu mente viaja hasta tus propias sonrisas. Esas que producen tus recuerdos de hace tres días.
La compañía justa y necesaria y, para variar,unos cuantos dromedarios. Recuerdas que montaste a Messi, pero aún así fue divertido. Se balanceaba de un lado para otro. Un medio de transporte en el que depositabas poca confianza, teniendo en cuenta que el cinturón de seguridad era una cuerda atada. Pero a medida que transcurría el safari se volvía más y más relajante. Incluso parecía que el camello se reía de ti cuando te bajabas, porque te veía la cara de miedo que se te quedaba. Pero quién más se reía era el que iba al otro lado de la joroba porque pudo vislumbrar el pánico de tu mirada durante toda la travesía. Cuando abrías los ojos, claro está. Merecía la pena hacerlo solo por ver su cara de felicidad. Este y otros pensamientos más cursis todavía, que no escribiré, inundaban mi psique.
Mi mirada se desvanecía en el horizonte, donde de repente la arena del desierto se convertía en la tormenta de calima que dejaba las ventanas hechas un poema. El velatorio había acabado y mis compañeros volvieron a sus puestos de trabajo. Alguna que otra lágrima en los ojos y un centro de flores que se quedó a mi vera, como si para mi fuera.
-"Curioso", pensé, "flores muertas que lucen con el último halo de vida junto a un fiambre al que un tanatopractor le ha sacado el mejor partido posible, dadas las circunstancias".
Mientras contemplo los hermosos, a la par que tétricos, cadáveres vegetales entra alguien y dice:
-Bonitas flores. ¿Es tu cumpleaños?
-Sí.
-Felicidades.
-Gracias.